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Cultura

  • Edén infernal de Ernst Jünger.

    Aludiendo al final de su adolescencia pero publicada en 1936, cuando Jünger (1895-1998) contaba con una considerable cantidad de títulos que ya le habían llevado al éxito en la Alemania prenazi, esta novela apunta muchos de los asuntos de fondo que iba a explotar en su trayectoria: el individualismo juvenil, la mirada autobiográfica, la sublimación de la huida, la crónica de las profundidades militares, la atención por los seres maltrechos y sin más hogar que su memoria idealizada, y el uso de las drogas para doblar su ansia de escapar de una realidad burguesa familiar que le incomodaba. Es el tiempo de sus primeros libros, los cuales «exaltaban una especie de visión nietzscheana de la guerra y de sus sacrificios», dice Herbert Lottman en «La rive gauche» al respecto de un hombre que contempló algunos de los mayores horrores del siglo XX, que los protagonizó en primera línea pues, no en vano, llegó a ser un héroe nacional condecorado, para luego llevarlos al papel en forma de novelas o ensayos. Su alistamiento en la Legión Extranjera francesa, a los 17 años, le conduciría a estos «Juegos africanos» en los que su alter ego, Berger, describe las miserias de los soldados destinados en Argelia.

    «África encarnaba la naturaleza salvaje, virgen e infranqueable y por consiguiente un territorio donde el encuentro con lo extraordinario e inesperado era harto probable» (pág. 26), afirma el protagonista al soñar con su Edén particular, «el lugar donde se podía vivir sin afán de lucro» y que se relacionaba con la libertad simbólica del ser humano y con la adicción al opio, sustancia a la que dedicaría «Visita a Godenholm» (1952) y «Aproximaciones, drogas y ebriedad» (1970). Pudiera parecer un sacrilegio para algunos que consideran a Jünger el mejor prosista de los últimos cien años es incuestionable que como diarista es el más grande, sobre todo gracias a sus dos volúmenes «Radiaciones» decir que «Juegos africanos» constituye un relato fallido o, como mínimo, demasiado sujeto a la sucesión de anécdotas personales para que llegue a arrancar desde el punto de vista novelesco. Y sin embargo, qué prometedor comienzo tiene, qué denso en su análisis de las intuiciones humanas, qué brillante en las pequeñas reflexiones frente a la fría descripción de las crueldades en el cuartel. Porque se trata de un libro descriptivo, lo que, unido a la presencia de cierto personaje llamado Benoit, es fácil relacionarlo con «El corazón de las tinieblas» y la asociación Marlow-Kurtz. Pero a mi juicio cualquier parecido con las intenciones narrativas de Conrad se me antojan coincidencias.

    Sólo serían unas pocas semanas, pero África marcaría el deseo de aventura de Jünger, que a la vuelta se iba a preparar para la Gran Guerra, donde vería morir a un millón de hombres en pocos minutos, el tiempo necesario para que los aliados avanzaran diez kilómetros.